PRESENTACIÓN

En este blog pretendo compartir mi experiencia como viajera mochilera y espero ayudar a otros viajeros como muchos blogs que he leído me han dado buenas ideas para mis aventuras. Hasta hace poco yo era una viajera de avión, taxi y agencia de viajes, pero claro, eso era bastante caro, resultado, apenas viajaba. Hace poco más de un año mi pareja me descubrió el viaje mochilero, organizado a tu antojo, con nuestro coche y nuestra mochila y os aseguro que es maravilloso y económico, ahora viajo mucho más y lo disfruto más que antes. Así es que, olvidaos de cosas superfluas, llevad lo imprescindible y preparaos para la aventura…

lunes, 7 de enero de 2013

SUBIDA A LA CUMBRE DEL GILILLO, SIERRA DE CAZORLA



Comenzamos nuestro recorrido en la Plaza de Santa María en la localidad de Cazorla a 800 metros sobre el nivel del mar.
Omnipresente Castillo de la Yedra, protegiendo la localidad que aún duerme.


Las desiertas calles invernales nos llevan al inicio del sendero.


El hielo nos acompañó desde los primeros pasos.



La vegetación adaptada a las bajas temperaturas. La vida siempre se abre camino, en cualquier lugar y situación.



Los primeros centenares de metros discurren siguiendo el cauce del río Cerezuelo. Naturaleza viva y pura, muestras del deshielo camino arriba, nuestros pasos ponen rumbo fijo a la cumbre ¿llegaremos?




Un tramo de muy dura subida nos lleva hasta esta especie de vivienda construida bajo la roca.



Una de las innumerables y preciosas postales de Cazorla.



Continuamos avanzando, ascendiendo y dejando a nuestra espalda la Ermita de San Sebastián.




Tras una hora aproximadamente comenzamos a sentir la montaña.

Para entrar en contacto con la auténtica naturaleza es necesario caminar hasta lugares como este.



Al fondo del valle parece despertar el bello pueblo llamado Cazorla, como este maravilloso Parque Natural.



Desde el Mirador Riogazas vemos los restos del Castillo de las Cuatro Esquinas. Muy posiblemente una atalaya en relación relacionada directamente con el entramado defensivo cuyo núcleo principal era el Castillo de la Yedra.



Desde el mismo mirador, girando la cabeza a la derecha la impresionante Peña de los Halcones.


Al fondo, sobre la ladera, hace su tímida aparición, la Ermita de la Virgen de la Cabeza. Sobrecoge el silencio absoluto, roto tímidamente por el lejano rumor de una cascada.



Aún restan más de cuatro kilómetros, y la mayoría hacia arriba.



Para llegar a la cumbre tuvimos que atravesar pequeños bosques como este.



Avanza el día, nos abandona el frío y el Sol comienza a picar.



Poco a poco, pasito a pasito, pero sin dejar de ascender.



¡ufffffffffffffff!




Abrevando como un humano cualquiera.



Aunque el camino parece desaparecer de cuando en cuando, está muy bien señalizado con balizas como esta.




En tramos como este me sentí como un auténtico peregrino de la Edad Media, cuando el bosque cubría la mayor parte de Europa.



Atravesamos silenciosos, sombríos y húmedos bosques, suelos empantanados, en las zonas de más umbría, el agua se torna hielo.



A partir de este punto, comienza la subida en serio. A una hora de llegar a la cumbre, la vista es todo un espectáculo.



Los altos árboles desaparecen. Hierbas, matorrales y rocas jalonan el camino.



El camino se va endureciendo y vamos notando la fatiga en las piernas.



Los grandes roquedales ocupan el lugar de los bosques.



Al fondo, y nevado, se nos aparece nuestra meta, el Gilillo.



La nieve y el hielo hacen su aparición, añadiendo más encanto (y cierta dificultad) a la ruta


Feliz como un niño pequeño.


Mi chica es todoterreno.



Refugio forestal.


Paisaje sobrecogedor.




...y tres horas y media más tarde, por fin alcanzamos el puerto del Gilillo, a unos 1778 metros sobre el nivel del mar.




La provincia de Jaén a vista de pájaro.




Pero nosotros seguimos ascendiendo. Volvemos a la montaña, de nuevo ponemos nuestras fuerzas al servicio del esfuerzo, y decidimos despedirnos de esta manera del Parque Natural.



El titánico esfuezo merece la pena.



Sublime la belleza del entorno que nos rodea, no se puede describir, hay que subir hasta aquí, sufrir el camino, hacerte libre en lo más alto y sentirte dentro de ti mismo.





Tras un descanso para reponer fuerzas, comimos “pan del camino”, iniciamos el descenso por la misma cara que ascendimos. La zona opuesta, por la que pretendíamos volver, estaba impracticable por la nieve y el hielo.



El crepúsculo nos sorprendió en plena bajada.




Ocho horas más tarde, y con unos 27 kilómetros en las piernas, por fin llegamos a casa, con la satisfacción de haber cumplido nuestro objetivo.

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